Con esa primera curiosidad en mente, comenzamos a caminar por el antiguo Camino de Postas, esa vía de correos que entre los siglos XV y XVII conectaba Madrid con Francia. Y a la salida del pueblo nos topamos con el puente de Zubibarri, que cruza el arroyo Estibarri y marca prácticamente nuestro punto de partida. El puente que vemos hoy fue construido en 1702, sustituyendo a otro más antiguo usado ya por la calzada romana.
Nuestro siguiente objetivo es el monte Korrosparri. Con una niebla matinal envolviéndonos, el grupo de montañeros comenzamos a subir hacia la cima, con esa sensación de misterio que da caminar entre brumas. Esta cima, coronada por un vértice geodésico y con una altura de 756 metros, pertenece a una pequeña sierra llamada Sierra de Narvaja, que transcurre paralela a la Sierra de Urkilla y cuenta con varias cimas menores sin mucha relevancia. Aquí la cosa se pone seria porque es un sitio con mucho peso histórico: en su yacimiento han aparecido restos de defensas de tierra y cerámicas del Hierro I. Vamos, que pisar estas campas es como caminar por una máquina del tiempo.
De ahí nos dirigimos al paraje de Berokia, caminando por un precioso robledal de árboles jóvenes que dan un aire fresco y verde al recorrido. Y aquí sí que toca hacer un alto en el camino, porque en este lugar se levanta la famosa Cruz de Berokia, uno de los grandes hitos culturales y arqueológicos del Camino Real de Postas. Berokia, que en euskera significa “abrigo”, fue desde tiempos prehistóricos un sitio propicio para asentamientos y actividades agropecuarias. La cruz, situada entre la ermita de Santa Apolonia y Marisoro, está envuelta en misterio: no se sabe con exactitud su origen, pero algunas hipótesis apuntan a que pudo ser una estela precristiana que más tarde fue cristianizada. Está hecha con un bloque de piedra en forma de cruz lobulada y, en el centro, tiene otra cruz dentro de un círculo. Eso sí, lo que vemos hoy en el camino es una réplica; la original está en el Museo Arqueológico de Álava, en proceso de restauración. Aun así, plantarse frente a ella y pensar que formaba parte de la ruta que conectaba Madrid con París en los siglos XV-XVII, da bastante respeto.
Luego toca disfrutar del verde. El camino se va llenando de robles centenarios, la mayoría trasmochos de roble albar, esos que se podaban para sacar carbón y daban sombra al ganado. Un paisaje de postal, mitad bosque y mitad tradición ganadera. Entre todos ellos destaca el roble de Beorlatza, un auténtico coloso con más de siete metros y medio de perímetro. Dicen que caben doce personas dentro, y que algunos ejemplares de este tipo pasan de los 600 años. ¡Un monumento vivo!
Seguimos subiendo, a veces con argoma y alguna que otra zarza por el camino, hasta el collado de Askiola, a 1187 metros, que hace honor a su apodo de “Balcón de Álava”. Aquí las vistas se abren de par en par: Agurain y Zalduondo a nuestros pies. Al llegar al collado, el grupo hacemos una parada para almorzar y disfrutar del entorno. Encontramos la bonita fuente de Askiola, con su aska bien conservada, pero lamentablemente sin agua, así que toca disfrutar del paisaje sin trago incluido. ¡Planazo igual!
Con energías renovadas, subimos a la cima de Onbakutz, también conocida como Oianbakoitzeko Gaina, con una altura de 1226 metros, otro balcón con panorámica de lujo. Al coronar la cima nos encontramos con que está rematada por un simpático buzón montañero con forma de cohete, detalle curioso que le da aún más encanto. Después de coronar la cima descendemos por un hayedo hasta el cercano Collado de Pagomakurra, donde da comienzo la subida al Milpiribil y donde se unen el GR que viene de Urbia con la pista blanca que sube desde la gran dolina de Astozulo (poco más abajo del refugio de Perusaroi). Después nos internamos en un hayedo precioso para coronar la herbosa cima del Milpiribil, la reina de la Sierra de Urkilla con sus 1277 metros. Desde aquí, la vista hacia la Sierra de Aizkorri es simplemente espectacular. Igualmente las vistas hacia las Sierras de Urkilla y Elgea cubiertas de aerogeneradores.
Y hablando de maravillas, bajamos hasta las campas de Urbia. Bajando de la cima del Milpiribil nos dirigimos hacia el Collado de Pagarreta, donde enlazamos con el GR y donde también podemos ver el menhir de Pagarreta II. Un poco más adelante, a la izquierda del camino (yendo a Urbia), se encuentra el dolmen de Pagarreta I. Seguimos caminando bajo el hayedo y la frescura que nos brinda en un día caluroso como el de hoy, y poco a poco nos acercamos a Urbia. En el camino atravesamos un magnífico hayedo y pasamos por rincones bucólicos como la zona donde se encuentra el refugio privado de Perusaroi y las chabolas de Lazkaolatza, enclavadas en un paraje kárstico que parece sacado de una película. Al llegar a las campas, la tranquilidad es total.
Después toca ir cerrando el círculo. Desde Urbia regresamos al collado de Pagomakurra siguiendo las marcas del GR para tomar un camino despejado con vistas a la llanada alavesa que desciende por la ladera sur del monte Milpiribil. La bajada se hizo un pelín dura para las rodillas, pero finalmente enlazamos con el camino principal.
Pero aún nos queda la guinda del pastel: el legendario “Abuelo de Galarreta”, en la zona de Mendutxa. Un roble centenario —dicen que supera el milenio— que sigue en pie, fuerte y majestuoso. Da respeto ponerse bajo sus ramas y pensar en todo lo que habrá visto este gigante. Después de visitar a este gigante natural solo nos quedaban unos 3 km para alcanzar el pueblo de Galarreta. Ya en la última parte, el camino transcurrió por una pista de tierra que se volvió un poco pesada.
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