Hoy nos vamos hasta Riezu, un pequeño pueblo del valle de Yerri, en Navarra, dentro de la merindad de Tierra Estella. Este rincón tranquilo se acurruca a los pies de la Sierra de Andia, un territorio lleno de contrastes: cañones, hayedos, lapiaz, pastos y barrancos que esconden algunos de los paisajes más bonitos de Navarra.
La idea es hacer una ruta circular que une varios de estos rincones: el cañón del Ubagua, el nacedero del río, la ermita de la Trinidad de Iturgoien, la cima de Zurlotz y el descenso por el espectacular barranco de Obantzea. Es un recorrido variado, con tramos de bosque, zonas abiertas y pasos encajonados entre rocas, ideal para disfrutar en otoño, cuando el hayedo se viste de colores cálidos.
1. Remontando el barranco de Arbioz o cañón del Ubagua
Empezamos justo al final del pueblo, después de cruzar el puente sobre el río Ubagua. Seguimos las marcas del PR-NA 182, que sube por el cañón del Ubagua, compartiendo tramo con el barranco de Arbioz. Este sendero era una variante del antiguo camino que unía Riezu y Lezaun, usado por pastores y vecinos para moverse de un valle a otro.
El camino se adentra enseguida en un paisaje espectacular: caminamos por el fondo del desfiladero entre encinas y boj, que perfuman el aire con su aroma resinoso. A ratos el sendero se estrecha, encajonado entre paredes calizas que se alzan verticales sobre nuestras cabezas.
Poco después llegamos al nacedero del Ubagua, donde el agua brota directamente de la roca. Un lugar mágico. Aquí se confirma una curiosidad: en los años 40 o 50, unos científicos alemanes vertieron colorante en la Sima del Roble, en Zalbide, y días después el agua apareció teñida en este manantial, demostrando la conexión subterránea de la sierra.
Seguimos por el valle, flanqueados por murallas de piedra, y cruzamos un moderno puente colgante que facilita mucho el paso cuando el río trae agua. En la zona de Arlutx, donde los paredones son más impresionantes, nos encontramos con una estela discoidal que recuerda a Antonio Senosiain, que falleció aquí en 1847 al despeñarse.
A medida que ganamos altura, el valle se abre y la vegetación cambia: el hayedo de Lezaun comienza a aparecer, y en otoño es un espectáculo: suelo cubierto de hojas, aire húmedo y esa luz dorada que invita a parar a cada paso. Pasamos junto a las ruinas de la borda de Arzirin, vestigio de la ganadería que dominaba la zona. Desde aquí, la subida se vuelve más intensa hasta llegar a la ermita de la Trinidad de Iturgoien (1.222 m), un lugar amplio, despejado y con vistas de lujo sobre la sierra.
2. De la Trinidad a Zurlotz
La ermita de la Trinidad es románica y se alza sobre la cima que le da nombre. El buzón montañero está en el pequeño cubierto adosado a la ermita. Sobre la puerta hay un cartel que indica que el templo es del siglo XIII, aunque fue reformado en 1994. Cada año suben vecinos de los pueblos cercanos a la romería que da vida a estos rasos de altura.
Desde la ermita seguimos por los pastos abiertos, disfrutando del horizonte despejado y del aire puro. Pasamos las bordas de Saliberri y, tras atravesar La Salera, alcanzamos la cima de Zurlotz (1.223 m). Aquí el lapiaz calizo forma pasillos y figuras caprichosas entre las rocas, un lugar curioso donde siempre apetece detenerse un rato y explorar.
3. Descenso por el barranco de Obantzea
Desde Zurlotz comenzamos un descenso sin senda clara hacia las ruinas de las bordas de Larginburu, majadas de altura que recuerdan los pastos de verano de la Sierra de Andia. Las ruinas, entre la hierba y el bosque, nos hablan del monte como espacio de trabajo y pastoreo durante generaciones.
Seguimos un pequeño tramo de camino que pronto se pierde y descendemos hacia el fondo del barranco de Obantzea, un tramo espectacular: barranquismo seco, sin agua, con paredes estrechas de roca y el suelo tapizado de hojas y raíces. En otoño, este tramo alcanza su punto álgido: un tesoro escondido dentro de la sierra.
4. Hacia la ermita de San Adrián de Iturgoien
Abandonamos el barranco y subimos hacia la ermita de San Adrián, patrón de carboneros y leñadores. Desde aquí enlazamos con una pista de tierra que baja suavemente hasta Iturgoien. El tramo por pista es monótono después de lo visto, pero aún así el entorno es espectacular: fuentes, abrevaderos y vacas pastando.
Entramos en el pueblo de Iturgoien y lo recorremos de arriba a abajo. Hacemos un pequeño alto al llegar a la iglesia de San Millán, donde se encuentra uno de los elementos más curiosos y simbólicos del lugar: el reloj solar carlista de Iturgoien.
A simple vista parece un reloj de sol más, pero en realidad guarda una historia marcada por las guerras carlistas del siglo XIX. Según la tradición, fue colocado como reconocimiento a los muchos voluntarios carlistas que el pueblo aportó a la causa del pretendiente Carlos. Sin embargo, tras la derrota carlista, los vencedores obligaron a borrar cualquier símbolo que recordara aquella filiación.
En la superficie del reloj aún se perciben huellas de ese borrado, especialmente el rastro de un número 7 que pudo formar parte de una inscripción alusiva a Carlos VII. Es un detalle casi imperceptible, pero lleno de significado: una cicatriz en piedra que recuerda las heridas de una guerra civil y la profunda huella del carlismo en estas tierras de Lizarraldea.
Un pequeño testimonio silencioso de cómo la historia también se graba, literalmente, en los muros de los pueblos.
5. Regreso a Riezu
Desde Iturgoien descendemos hacia el río Ubagua, enlazando de nuevo con la pista por la que habíamos comenzado la jornada. Solo queda desandar el último kilómetro hasta el aparcamiento de Riezu, cerrando así una ruta circular completa, variada y llena de rincones con encanto.
De vuelta en el pueblo, merece la pena dedicar unos minutos a recorrer su casco histórico, donde se conservan numerosos palacios y casas blasonadas, además de un torreón y una iglesia parroquial del siglo XIV. En la fachada de esta última destacan unos curiosos relieves, como una escena de la vendimia. Pasear por sus calles empedradas es un pequeño viaje al pasado, con la nobleza rural del valle todavía reflejada en cada escudo y en cada piedra.
Y si después de la caminata apetece reponer fuerzas, el pueblo cuenta con el restaurante Txiritinga, famoso por sus hamburguesas caseras y su ambiente rural.
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